El film de los hermanos Dardanne propone seguir a una trabajadora cuyo puesto de trabajo
depende, aparentemente, de la decision de sus compañeros. El neoliberalismo manosea objetos y
personas hasta que alguien le pone un límite. Puede verse en https://ok.ru/video/3081014741647
Por Mónica Carinchi
La doctrina neoliberal desparramada por Margaret Tatcher (Inglaterra) y Ronald Reagan (USA) por
todo occidente y adyacencias tiene como objetivo reducir al mínimo la presencia del Estado,
empujando a que todas las interacciones sociales se resuelvan por el mecanismo del libre
mercado. Caídos en esta trampa, los occidentales están aún enredados en su tela de araña.
Bélgica, un país del primer mundo, que tiene uno de los mayores PBI per cápita, una seguridad
social sólida y una de las poblaciones más sindicalizada de la Unión Europea, también tiene
trabajadores marginales, consecuencia de la aplicación de políticas neoliberales. Podrán manejar
coches último modelo y vivir en departamentos bonitos, pero igualmente deben luchar contra
contratos basura y empresarios inescrupulosos que enfrentan a pobres contra pobres para
llevarse una ganancia más a su cuenta bancaria.
Ésta es la situación que presentan Luc y Jean-Pierre Dardanne, dos cineastas belgas que en 2014
estrenaron Dos días, una noche.
La película se inicia con una toma en picado de su protagonista, Sandra (Marion Cotillard),
dormitando vestida, es decir en una situación de vulnerabilidad. Nadie puede defenderse si está
dormido y quizás sea éste el caso de la mayoría de los trabajadores. La cámara de los hermanos
Dardanne ya está hablando.
Un llamado telefónico despierta a Sandra, evidentemente recibe malas noticias. Ya no
quiere/puede hablar; toma pastillas y se dice a sí misma “aguanta, no llores”. Otro dato a tener en
cuenta: aguantar equivale a no hablar.
Con la llegada de su marido, Manu, nos enteramos del conflicto al que se debe enfrentar Sandra:
el dueño de la fábrica donde trabaja, hizo elegir a sus compañeros entre recibir un bono de mil
euros o que Sandra vuelva a trabajar. La mayoría eligió el bono, todos lo necesitan, pero Sandra
también necesita su trabajo. Su misión será, en un fin de semana, visitar a sus compañeros y
convencerlos de que cambien su voto en una nueva votación.
La cámara enfocará el rostro de Sandra en ese recorrido. El contexto desaparece, casi está fuera
de foco por momentos o es tan trivial en otros que no nos interesa detenernos en ningún detalle.
En la búsqueda de solidaridad, quedan al descubierto otros aspectos de los trabajadores: uno
tiene un trabajo clandestino de fin de semana; otro hace artesanía para completar el sueldo; otro
entrena a los niños del barrio. Ninguno vive en lugares primorosos, al contrario, para los
contratados y especialmente inmigrantes, la vida íntima es oscura.
La misión no fue fácil, pero la cumplió: Sandra logró hablar, por un lado con sus compañeros a
quienes no juzga en sus decisiones, por el otro con sus superiores. Ya no estará más sofocada.